De capitán artillero a maestro del seguro agrario

Los que hacen Córdoba. Rafael Guerra Cárdenas

Capitán del ejército, fundador de grandes compañías de seguros, testigo y protagonista de la evolución geográfica y empresarial de la Ciudad de Córdoba.

Los que hacen Córdoba. Rafael Guerra Cárdenas

Rafael Guerra Cárdenas está jubilado pero sigue al pie del cañón. En su caso tal cañón tiene un significado más acentuado. Este empresario cordobés especializado en seguros, cuenta con una dilatada historia que se entronca con su carrera militar. Iba para ingeniero agrónomo, pero la vida le llevó por otros caminos que tomó con el mismo sentido de la responsabilidad y el trabajo.

Rafael Guerra Cárdenas
De capitán artillero a maestro del seguro agrario

– ¿En dónde nació usted?

– El 2 de julio de 1951 en casa de mi abuela, en Rey Heredia nº 5.

– En una zona ahora muy turística, supongo que entonces muy distinta.

– Tengo una memoria muy vaga de aquella época porque estuve allí hasta los cinco años. Con esa edad me fui a Ciudad Jardín.

– Se estaría construyendo entonces.

– Tan es así que los niños nos montábamos en los rollos para instalar la telefonía. La calle donde vivíamos se llamaba entonces Ensanche de Vista Alegre que es hoy la calle Lope de Sosa. Era un edificio solo de un constructor que creo se llamaba Prieto del Rosal. Así que estábamos Ensanche de Vista Alegre 1, 2, 3, 4, 5 y 6. Luego pusieron Lope de Sosa, José María Valdenebro y Colina y Burón.

– He visto imágenes de Ciudad Jardín en esos años y daba la impresión de mayor amplitud, no el barrio abigarrado de edificios que siempre he conocido.

– No había tanta amplitud. Lo que había era menos edificios. El lateral de mi calle era el colegio de la maternal, que sigue funcionando.

– Para los niños sería muy distinto de lo de hoy, tan supervisados. Entonces...todos los niños en la calle.

– Claro, allí jugábamos al fútbol y a todo.  Eso sí, para los partidos importantes íbamos a Vista Alegre, donde estaban los llanos y la feria.

– ¿El lugar de la zona del pabellón deportivo?

– No, la zona al final de la Avenida del Aeropuerto donde están los ministerios. Aquello era un campo llano. Al final, cerca ya de donde está el cementerio, había una fuente grande donde se instalaba la feria de los caballos. En esa fuente bebían.

– ¿A qué colegio fue usted?

– Estuve en Santa Victoria un año cuando todavía vivía en casa de mis abuelos. Luego estuve en el colegio San Rafael de Ciudad Jardín. Luego estuve en el Instituto de las Tendillas, el Góngora, y luego construyeron el Séneca junto al río y nos fuimos allí a partir de 4º o de 5º.  Estuve allí hasta el año 68.

– Entonces tenía la educación fama de especialmente estricta.

– Bueno, la educación es la educación. Aunque daban más pescozones que ahora. Hoy día no le puedes dar un pescozón a un niño. Entonces no pasaba nada. Si te daban una además te callabas, porque como se enterase tu padre te daban dos.

– ¿Cómo siguió su rumbo académico?

– Estudio ingeniero agrónomo porque mi padre trabajaba en una empresa de productos químicos, Cruz Verde, que tenía insecticidas como Bloom, Cucal y compañía. Esa empresa tenía una sección agraria. Así que escojo ingeniería agrónoma porque veía que tenía trabajo y porque estaba en Córdoba y era muy asequible. Pero pasan los años y mi padre muere cuando yo estaba en quinto de carrera, yo era entonces alférez de milicia. Me gustaba mucho el tema del ejército y coincidió que salió una vacante en el cuartel de artillería, que estaba en Medina Azahara, lo que hoy es la gerencia de urbanismo. Soy artillero. Me concedieron esa plaza y estuve en el ejército desde el 77 hasta el 94. Empecé de alférez y terminé de capitán.

– ¿Hubo relación entre el trabajo en el ejército y la ingeniería agrónoma?

– No, ya nada tenían que ver. Para lo único que me sirvió la ingeniería en el ejército es que el ejército preparaba a sus soldados para la academia de suboficiales, y daban unas clases particulares. Y a mí me las endiñaron. Así que estuve preparando a cabos y cabos primeros para esa academia.

– ¿Qué hace un artillero?

– Estuve en el equipo topográfico, en transmisiones y en el FDC, que es el centro de cálculo, donde se calculan los tiros. Básicamente resuelves un problema. Dónde están mis piezas y dónde está el enemigo. Calculas la distancia y la orientación mediante unas tablas de tiro. Vamos, que intentas darle cañonazos al enemigo.

– ¿Qué tipo de armamento manejaba?

– Cañones y obuses. Al principio eran remolcados, arrastrados por camiones. Y los últimos los que hay ahora, los ATP, que son autopropulsados. Desde fuera parecen un tanque, porque se ve un sistema de cadenas y un tubo. Pero no es un tanque, sino un obús de 155. Eso manda un pepino a más de 40 kilómetros. En los 70 se usaban para el cálculo tablas de logaritmos, más tarde empezaron a utilizarse las calculadoras científicas. Ahora lógicamente está todo informatizado.

– ¿Por qué dejó el ejército en el 94? Además muy joven.

– A los 44. Me dan la opción de irme, porque el ejército tenía una transitoria. Veníamos de un ejército de Franco con 400.000 hombres. Estábamos en la OTAN, que se estaba peleando con el Pacto de Varsovia. Pero cae el Muro de Berlín y el telón de acero... y los rusos y americanos se hacen amigos. Hay menos ejército y la tendencia era de pasar de uno obligatorio a otro profesional. Los 400.000 soldados tenía que irse a 120 ó 130.000. Sobraban mandos. Se vieron obligados a hacer retiros anticipados y yo me acogí a uno de ellos.

– ¿Pasa entonces a los seguros?

– No, simultáneamente como todo funcionario, y el militar es un funcionario, para arrimar algo a los garbanzos,  empecé a tener una actividad complementaria. El director de Mapfre era vecino mío y como me gustaban mucho los números le hacía la declaración de la renta a todo el mundo. En una de estas un sargento que se había metido en una hipoteca me pregunta que por qué le piden un seguro de vida y otro de incendios. Le explico que uno es porque la hipoteca se queda liquidada si en el transcurso de 20 años fallecían, y el de incendios para cubrir si salía ardiendo. Los mando a Mapfre, les atiende mi amigo y quedan encantados. Mi amigo de Mapfre, tomándonos unas cañitas, me convence para ser agente de seguros, porque por esa operación me podría haber sacado 5.000 ó 6.000 pesetas. Y así empecé como agente de Mapfre en el 81 u 82, haciendo seguros a los compañeros por las tardes.

– Todo el día trabajando.

– Bueno, también tenía mis actividades de relax, nuestras partidas de dominó, nuestros partiditos de fútbol... En el año 90 ó 91 me hice corredor de seguros y al dejar el ejército ingresé en una correduría de las más importantes de Andalucía y España, donde fui uno de los socios fundadores, el Grupo PACC. Allí estuve desde el 91 hasta el 2001 hasta que monté mi propia correduría.

– ¿Qué le llevó a montarla y dejar PACC donde fue fundador?

– Las relaciones humanas no siempre son tan fluidas como las esperas [ríe]

– ¿Se diferenció mucho PACC de la correduría Guerra del  Moral que fundó?

– Sí. Yo monté un correduría muy específica ya que al ser ingeniero agrónomo muchos compañeros míos estaban en el campo. Vi sus necesidades y evolucioné hacia el seguro agrario. Tan es así que, como te dije, mi padre murió cuando cursaba 5º de carrera. Y yo no había entregado el proyecto de final de carrera. Me llamaron diciéndome que mi plan de estudios terminaba y que tenía que hacerlo. Y escogí el seguro agrario en España. Esa fue nuestra especialización al margen de los seguros generales, que tenemos, como el del coche, del hogar o de vida.

– ¿Tuvo siempre sus oficinas aquí en la zona de Arroyo del Moro?

– No, primero estuvimos en en centro, conviviendo en la sede de la asociación Aproliva, asociación de olivareros donde se pedían las subvenciones del olivo. Tenía un acuerdo con ellos para llevar el tema de los seguros. Luego estuve en otras dos oficinas por el centro, en Ronda de los Tejares, y luego en otra más en la plaza de Matías Prats. Luego me compré dos locales. Uno en los Picapiedra y otro donde estoy ahora. Cuento con cinco trabajadores y entre 12 y 15 colaboradores que son comisionistas puros y duros.

– Los seguros como producto han avanzado muchísimo, y de hecho algunos hay ligados al comportamiento del cliente, que es controlado mediante sensores, por ejemplo al volante. ¿Ha avanzado en ese sentido el mundo del seguro agrario o es más conservador?

– Han evolucionado bastante pero en el sentido de que todas las actividades agrarias en España se pueden asegurar. No es ya sólo el trigo, sino el aguacate o las piscifactorías. Hasta hay un seguro muy peculiar que cubre el hecho de que no haya hierba para el ganado si no llueve. Si no llueve no hay hierba, y un animal tiene que comer pienso. Pues el seguro te cubre el gasto del pienso.

– ¿Qué opina por cierto de la situación del agro en Córdoba por su experiencia?

– El impulso de Europa metió en su momento una gran inversión. Rara es la explotación agraria que no se lleva bien. Lógicamente las explotaciones de la Campiña son mejores que las del Valle de los Pedroches. Allí arriba el trigo da entre 1.500 y 2.000 kilos por hectárea y en la Campiña unos 5.000. Cuando el campo es rentable, el empresario agrario se gasta el dinero. Pero tiene que verle la punta.

– ¿Y es rentable?

– Tienen dos sustentos: la venta de las cosechas y las subvenciones. Pueden conjugar las dos cosas. Es difícil arruinarse. Pero sólo hay que ver un año como éste, que es un año loco porque se han disparado los precios de la luz, gasoil, abonos o pesticidas. A esto llega el asunto de los rusos y Ucrania y se dispara el precio del girasol. De un sistema estable del tipo "este pan para este queso y este queso para este pan" se pasa en unos meses a una situación como la que vivimos.

– Como empresario de larga trayectoria, ¿hay algo que no se deba hacer en una empresa si se quiere tener éxito?

– No hay fórmulas mágicas. Me acuerdo de ese tipo de libros estilo "hágase millonario en dos meses", pues hombre, que lo haga el autor en vez de vender libros. Mucha gente se juega el dinero y acierta, otra mucha pierde. Hace 25 años en el olivar se ponían tres y cuatro patas en el olivo, ahora una sola pata y marcos muy pequeños para poder mecanizarlo. Cualquier invento puede cambiarte los ritmos. Aquí no había seguro de almendros hasta hace unos años, ahora la almendra ha crecido y está desplazando incluso al olivar. Así que incluyen mucho las tendencias.

– Y al contrario, ¿qué características hay que tener para conseguir el éxito en una empresa?

– Muchas veces tienes suerte. Y que el entorno confíe en ti, no sólo en los seguros, sino en todas las actividades humanas. He tenido buenos amigos que han confiado en mí, y buenos empleados que han desarrollado una labor muy importante. Porque al principio esto era muy personal, pero con el paso del tiempo cada vez me sostengo más en ellos.

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