Historia de las tabernas de Córdoba

Taberna El Pellejero

Descubre la historia de la taberna "El Pellejero", una joya oculta en la ciudad de Córdoba que fue testigo de la vida cotidiana en los años cuarenta y cincuenta. Conoce la importancia de la hospitalidad y la amabilidad en el negocio de la hostelería a través de la figura de su tabernero, Ramón Ruiz "El Pellejero".

Taberna El Pellejero

La historia de la taberna “El Pellejero” es una de las muchas joyas ocultas de la ciudad de Córdoba. Situada en la calle Obispo López Criado, antigua calle Dormitorio, esta taberna fue testigo de la vida cotidiana de los cordobeses en los años cuarenta y cincuenta, una época en la que la venta de alimentos era a menudo clandestina. En este ambiente de mercado negro y falta de recursos, la taberna se convirtió en un lugar de encuentro para comerciantes y vendedores, que venían a disfrutar de la hospitalidad de su tabernero, Ramón Ruiz, más conocido como “El Pellejero”.

La ubicación de la taberna, en una esquina de la Plaza de San Agustín, la hacía especialmente atractiva para aquellos que acudían a la plaza de abastos, repleta de puestos y tenderetes ambulantes. El patio de la taberna, amplio y hermoso, se convirtió en un lugar de descanso y conversación para los visitantes, que disfrutaban de la sombra y del ambiente agradable que se respiraba en este lugar.

La figura del tabernero Ramón Ruiz “El Pellejero” se convirtió en un elemento fundamental de la taberna. Con su afable y acogedora personalidad, Ramón hacía que todos los clientes se sintieran bienvenidos y cómodos en su establecimiento. Sus historias y anécdotas se convirtieron en parte de la historia de la ciudad, y su nombre es recordado con cariño por aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo.

A pesar de que la taberna “El Pellejero” ya no existe, su legado sigue vivo en la memoria de los cordobeses. La historia de este establecimiento nos muestra la importancia de la hospitalidad y la amabilidad en el negocio de la hostelería, y nos recuerda que un lugar puede convertirse en mucho más que un simple establecimiento si se trabaja con pasión y dedicación.

Extracto de "Memorias Tabernarias". Manuel Carreño Fuentes en Diario de Córdoba. 24 de septiembre de 1989

En el pintoresco barrio de San Agustín, haciendo esquina con la calle Dormitorio y dando frente a la de Montero, estaba esta peculiar y hermosa taberna cordobesa. Cuando yo la conocí el dueño de la casa y negocio era su hijo Ramón, el padre vivía, era un viejecito menudo y vivaracho, muy trabajador no obstante en su avanzada edad, él abría casi de madrugada el establecimiento, para servir las copas de aguardiente a los trabajadores tempraneros que iban a sus faenas. El nombre, o alias, de “Pellejero”, venía de la profesión del viejo, que era o había sido su artesanía, cunado el trasiego de vinos se hacía en pellejos de cabra como recipientes, y el de aceite lo mismo. Su hijo Ramón había sido chófer y estuvo muchos años al servicio de Manuel Jiménez "Chicuelo" y de su esposa, la famosa artista cordobesa conocida por "Dora la Cordobesita", que se había criado en este barrio de San Agustín. Era una taberna muy apreciada y frecuentada por la vecindad, por su formalidad y el trato agradable y cariñoso de Ramón a su clientela; también por la buena calidad de sus vinos y aperitivos variados, tanto de cocina como de fiambre. Todos los clientes eran amigos y conocidos del barrio, que se respetaban y convivían en perfecta armonía. Organizaban con frecuencia peroladas en el patio de la taberna y lo pasaban muy bien entre cantos y soleares y sorbos de buen vino para riego de la sabrosa paella. Comerciantes y vendedores, tenderos y ambulantes, trabajadores de los diversos gremios, transeúntes curiosos eran atraídos por la buena presencia de esta taberna. Tipos curiosos, como "Cañuberas", que plantaba allí el tinglado de sus mercancías, donde subastaba conejos, perdices y gallinas, géneros que le traían a diario los cosarios de los pueblos cercanos de la serranía y campiña cordobesa. Todo esto fue desapareciendo lentamente como un cabo de vela que va agonizando en un palpitar suave, inevitable ante el reloj del tiempo, sin agujas, pero exacto. Son otros tiempos, todo ha cambiado, ahora son los bares, las ruidosas y molestas discotecas, donde la juventud se envicia y enloquece; ya no hay para los jóvenes medios de a 24; ahora son cubatas, whisky y otras mezclas trastornadoras, ya no fuman cajetillas de caldo de gallinas, fuman “porros” hediondos y morbosos que le trastornan el sentido. ¡Qué lástima! pobre juventud. La taberna de Ramón “El Pellejero” se ha convertido en una sucursal de una caja de ahorros, el mercadillo de tenderetes ha desparecido, el alegre barrio de San Agustín se ha dormido en sus sueños de antaño con una pesadilla de modernismo. El barrio que cantó Ramón Medina, se ha dormido.

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