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Del marketing del siglo XIX

De cómo se publicitaban y tenían rótulos los industriales del siglo XIX. Nos lo cuenta Ricardo de Montis

Del marketing del siglo XIX

Ricardo de Montis, en una de sus notas cordobesas, nos habla de los rótulos y anuncios del siglo XIX.

Mucho se se ha escrito acerca de los rótulos disparatados que suelen aparecer en las tiendas y respecto a los anuncios en que la sintaxis, la ortografía y, a veces el sentido común brillan por su ausencia. El insigne literato don Francisco Rodríguez Marín perpetuó el famoso letrero Kalpankála que, según su autor, quería decir cal para encalar.

En Córdoba no han faltado rótulos graciosos, unos por su redacción, otros por su originalidad, no pocos por sus faltas de ortografía y algunos por carecer en absoluto de relación con la índole del establecimiento que los ostentaba.

El rótulo más notable fué el que hubo durante muchos años en los cristales de la puerta de un portalillo de la calle de la Feria, habitación y taller de un pobre hombre que se dedicaba a pintar tablillas, por encargo de los fieles, para colocarlas, como exvotos, en los templos, rótulo que decía con letras rojas: Se confeccionan milagros

Digno hermano de éste podemos considerar otro que apareció en un bodegón improvisado en el Campo de la Victoria durante los días de la feria de Nuestra Señora de la Salud, rótulo concebido y escrito en esta forma: Se gisa de comer.

Tampoco dejaba de tener gracia el de un almacén de la carrera del Pretorio, anunciando la venta de chocolate, café, azúcar, arroz, petróleo, bacalao, pólvora y otros comestibles.

Durante algún tiempo llamó la atención del transeunte curioso este letrero: Patatas de confianza, escrito con enormes caracteres sobre un portal de la calle de Carnicerías.

Asímismo resultaba curioso este anuncio de un industrial popularísimo, puesto sobre la puerta de su taller: Padillo sastre de militar y de paisano.

Cuando un edificio destinado a taberna estaba en la esquina de dos calles era muy frecuente ver su rótulo, Vinos de Montilla y Valdepeñas escrito de modo que en una fachada apareciese parte de la inscripción, Vinos de Montilla y Valde y en la otra fachada el resto de la palabra peñas.

Había títulos de tiendas que no tenían relación alguna con el comercio a que aquellas se dedicaban, como el de la Fábrica de Cristal, denominada así porque su primitivo dueño, antes de instalar el establecimiento a que nos referimos, se dedicó a hacer objetos de vidrio; otros tan poco apropiados como El Asunto, que era el título de una taberna y alguno que resultaba un verdadero sarcasmo, como el de La Fortuna, aplicado a una casa de prestamos, de las que son la Providencia de los necesitados.

Hace cuarenta años los rótulos de las tiendas, por regla general, estaban pintados en la pared; entonces no se conocían las lujosas muestras esmaltadas, de cristal, con letras de relieve y de otras mil clases que hoy lucen los establecimientos.

Por eso la del almacén de vinos y licores titulado La Fama Cordobesa, establecido en la calle de la Zapatería, llamaba extraordinariamente la atención del público.

En dicha muestra, merced a una ingeniosa combinación de listones, aparecían tres letreros distintos, según se mirase de frente, desde el extremo izquierdo o el derecho.

La gente sencilla de los pueblos, cuando nos visitaba en las épocas de feria, deteníase para admirar el indicado rótulo, pues le producía verdadera estupefacción.

Se salía también de lo ordinario el anuncio de los barberos sangradores que abundaban en los tiempos aludidos. Aquellos tenían en las fachadas de sus modestísimos establecimientos, además de la vacía de metal, el famoso yelmo de Mambrino, colgada sobre la puerta, un pequeño cuadro en el que aparecía, pintado, un pie con una lanceta clavada. En la cuesta de los Gabachos, hoy de Lujan, hubo, hasta hace poco, una barbería que conservaba uno de esos cuadros.

Nuestros comerciantes e industriales antiguos profesaban la teoría de que “el buen paño en el arca se vende” y sólo anunciaban sus artículos en los rótulos y en los escaparates de las tiendas.

Por esta causa los periódicos no estaban atiborrados de anuncios, como en la actualidad.

En la cuarta plana de aquellos únicamente se leía los de arrendamiento o venta de fincas y los de pérdidas de ganados y objetos, además del que casi constantemente publicaba una persona muy conocida, dueña de uno de los mejores jardines de Córdoba, en solicitud de una criada joven.

Un abogado de la Rambla, don José de Arribas y Castilla, concibió y realizó la idea de publicar en nuestra capital un periódico dedicado especialmente al anuncio.

Dicho periódico, titulado El Cosmos, era de mayor tamaño que los demás de la localidad y contenía informaciones, artículos científicos y literarios, poesías y otros trabajos, entre los cuales hallábanse intercalados numerosos anuncios, procedimiento de publicación de los mismos que, hasta entonces, no había sido utilizado por la Prensa cordobesa.

El Cosmos aparecía los domingos; ese día, al atardecer, cuando mayor era la afluencia de público en el paseo de la Victoria, presentábanse en el lugar mencionado varios hombres con grandes paquetes del periódico a que nos referimos, repartiendo gratuitamente sus ejemplares entre la concurrencia.

Aunque las personas aficionadas a la lectura dispensaron una excelente acogida a la nueva publicación ésta duró poco, pues, como ya hemos dicho, los comerciantes de Córdoba creían errónea la frase quien no anuncia no vende.

Un hombre popularísimo y de gran ingenio, al que hace tiempo, dedicamos una de estas crónicas retrospectivas, Ricardo Peré, fué aquí el iniciador de los periódicos y folletos anunciadores que, todos los años aparecen, en gran número, durante los días de la Feria de Nuestra Señora de la Salud.

Peré, al llegar esta época, se lanzaba a la conquista del anuncio, con bríos en él inusitados y valíase de todas las artes y de todas las mañas para convencer, aunque fuese a un guardacantón, de la conveniencia de la propaganda y el reclamo.

Los feriantes recurrían, para anunciarse, mucho más que ahora, al prospecto y los dueños de algunas tiendas, durante la Pascua de Pentecostés, echaban la casa por la ventana en materia de anuncios, instalando en las fachadas de sus establecimientos rótulos formados con luces de gas.

Estos rótulos causaban la admiración de la gente sencilla que se detenía, para contemplarlos, con tanta curiosidad como la que predijo, un día, a los cordobeses la aparición en todas las calles de este letrero misterioso: Mis Zaeo, escrito con grandes caracteres negros en las baldosas.

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