Ángel Morales (Los Chopos): «Cuando empecé era tan chico que tenía que subirme en las cajas de madera de la cerveza»

Nació en 1964 y su padre, Gabriel Morales, puso en marcha el conocido restaurante Danubio justo al siguiente año. Menor de ocho hermanos, cuenta con una dilatada trayectoria laboral no sólo en el campo de la hostelería. Ha sido chófer, se ha dedicado a la carga y descarga e incluso a labores de administrativo en Carbonell. Con Los Chopos fue una institución en Huerta de San Rafael (Santa Rosa). Desde finales del 2014 llevó aquel bar de barrio a otro concepto en María la Judía. Entre medias numerosos proyectos de un trabajador incansable que ahora aprende de la tercera generación de hosteleros de su familia.

– Empieza usted a trabajar muy joven en Danubio, en el Sector Sur.

– Mis hermanos y yo. Todos pasamos por allí. Era tan chico que para limpiar los vasos me tenía que subir a las cajas de cervezas de entonces, que eran de madera. Eran los años 70. Ni siquiera existía el catavinos o el vaso de tubo. El vaso para la caña del café era el que se utilizaba luego para la cerveza. Todo el mundo fumaba dentro.

– ¿Qué tipo de clientela iba?

– Era un bar de barrio y familiar para gente trabajadora, muy sana y muy salá. Empezábamos a las cuatro o las cinco de la mañana porque en frente, antiguamente, había un polígono industrial, donde estaba la famosa Rotini, de rectificado de motores. Estaban las cocheras de Diputación detrás. Al lado estaban los talleres de los López Castellano. Teníamos que estar muy tempranos para servirles cafés y bocadillos a los trabajadores. Ese polígono se fue desplazando para la Torrecilla y Amargacena, y allí se hicieron pisos.

– Y allí estuvo su aprendizaje

– Además mi padre tenía una motillo para ir a todos sitios. Por ejemplo, cuando no existían las grandes superficies, comprábamos el pescado en la Corredera, donde estaban los pescaderos de toda la vida. Iba con mi padre y allí aprendí a comprar, a ser un poco pillabichos [ríe] en el sentido de "oye, le has echado mucho hielo al boquerón y caben menos".

– ¿Era un trabajo duro?

– Yo por ejemplo no conocía la Semana Santa porque del colegio me iba directamente a trabajar en el bar. Había que echar una mano a la familia.

¿Llegó a estudiar?

Terminé mi bachillerato e hice delineación, pero no llegué a terminar. Mi padre además era muy exigente con las notas, algo que le agradezco y de lo que me siento muy orgulloso, porque me inculcó grandes valores, pero le tuve que decir que aflojase un poco, que era muy difícil combinar los estudios y el bar a ese ritmo. Tanto es así que para mí la mili fueron unas vacaciones.

– ¿Sí, Mucha gente tuvo una mala experiencia en la mili

– Yo la considero una pérdida de tiempo total. Pero para mí, como digo, fueron unas vacaciones de un año [ríe]. Como tenía estudios y en esos momentos unas 500 y pico pulsaciones en mecanografía, que eran bastantes -algo que se pierde si no practicas-, me convertí en secretario del capitán. Pasé de tener trabajo a no hacer prácticamente nada.

– ¿Cómo fue la vuelta de ese mundo de vacaciones militares?

– Tenía un cuñado que desgraciadamente enfermó con cáncer de pulmón. Mi padre me dijo que me sacase el carné de conducir de taxis o que volviese al bar. Prefería ayudar a mi hermana a sacar a su familia adelante, yo soy el más chico de ocho hermanos. Me convertí en uno de los taxistas más jóvenes, con 20 años recién cumplidos.

– ¿Y qué tal la experiencia como taxista? Es cambiar el ajetreo de un bar, muy físico, por un trabajo también ajetreado pero sentado, muy distinto

– Maravillosa. lo llevaba bastante mejor que el bar, ya te lo digo yo [ríe]. Era una época donde no existían ni la carrera mínima ni el Radio Taxi. Un día se montó un señor y estuvimos charlando. Yo le comentaba que quería un sueldo fijo. Resultó ser el director de Carbonell, que me dijo que me pasase al día siguiente. Yo pensé que sería lo típico que se dice en un taxi y ahí se queda. Pero no. Me llamaron al día siguiente y empecé a trabajar en Carbonell. Cargaba y descargaba camiones. Fue la época de la Perestroika y cargábamos más aceites que la leche para Rusia.

– Era un trabajo de carga y descarga

– Sí, pero yo encantado. Eran ocho horas seguidas y para casa, con toda la tarde libre. Era menos duro que el taxi y que la hostelería. Mi mujer trabajaba y con dos sueldos en aquella época se vivía bastante bien. Un día me dicen que el director busca un nuevo chófer, y como yo había sido taxista me llama y me indica que si sé, nunca se me olvidará, dónde está la calle Luciérnaga. "Al lado de La Salle", le contesto. Y me dice que allí me espera su mujer, que la tengo que llevar a Sevilla. Llegué en 45 minutos con un Peugeot de la empresa derrapando en el aeropuerto de Sevilla, no he corrido más en mi vida [ríe]. Hasta tuve que disculparme con la señora. Aquello me cambió la vida de nuevo, porque me convertí en chófer del director, y con su horario.

– Le acompañaba entonces en sus viajes de negocios y a la fábrica

– A Carbonell, a Madrid, a Barcelona...donde él me dijera. Siempre iba con una muda guardada. Yo ni sabía la agenda. Él me decía: "Ángel, nos vamos dentro de una hora". Me preguntó por mis estudios. Se los conté y me dijo: "pero qué haces trabajando aquí con los estudios que tienes". Y me montó una oficina para mí, como administrativo, en la zona de vinagres y salsas.

– ¿Compaginaba entonces los viajes y la función de administrativo?

– Sí, cuando ya viajaba menos. ¿Qué pasó? Que hubo movimientos en la empresa, una fusión con Elosúa...y hubo exceso de gente. ¿Quiénes sobran? Pues los últimos. Me quedo sin trabajo con unos 30 años y encima fallece mi padre, lo que me condujo a una depresión. Piensas entonces que ya eres demasiado mayor, pero tienes dos hijos. Y piensas, ¿qué hago? ¿Qué se hacer?: hostelería. Empecé a trabajar en un bar en la plaza de Chirinos, que se llamaba Rajatabla. Ahí me recupero de la depresión. Yo hacía de todo, desde las compras a la contabilidad. Y me pregunté ¿qué hago aquí trabajando por 90.000 pesetas? Me iba a quedar con un local en Virgen de las Angustias pero me enteré de que traspasaban la cervecería Los Chopos y me quedé con él en el año 1989.

– ¿Hizo cambios?

– Funcionaba muy bien. Y una cosa que funciona bien...no la toques. De hecho ni cambiamos los camareros, unos chavales fantásticos, a los que subimos el sueldo para que estuviesen contentos. Yo era uno más y me vestía como ellos. A los famosos desayunos y molletes añadimos ibéricos y conservas de calidad. Y más tarde cocina, que no tenía, gracias a una reforma, porque además venía mucho público familiar que quería comida para los niños.

– Aquello se convirtió en una institución en el barrio de Santa Rosa

Totalmente. Había gente a todas horas. No había forma de cerrar. Pude empezar a cerrar antes gracias a una ordenanza del Ayuntamiento que nos obligaba [ríe].

– En los dos mil amplía los negocios

– Me metí en Hostecor, en la época de Toni Palacios. Y sacaba tiempo para todas las reuniones. Gente de Hostecor me hablaba de locales que había, y también me lo comentaban muchos proveedores. Iba viendo cosas, tenía menos de 40 años y me decía..."yo puedo con esto". Así que me quedé con el local de Campanero en una bocacalle de Gondomar porque no me pedían traspaso, solamente reabrirlo. Empecé a poner menús económicos para las tiendas de por allí. Tuve la suerte de que venía personal de Vimcorsa, y realicé durante años cáterin para esta empresa municipal. Luego me surge Nairobi, en Doce de Octubre, que era por una parte pub pero dábamos desayunos con la calidad de Los Chopos, porque cerca de la Diputación no había ningún sitio entonces con desayunos de verdad buenos. En Nairobi se vendían al mes uno o dos barriles de cerveza, y al mes y pico de cogerlo ya vendíamos 23 barriles, que hoy día no es mucho, pero pasamos de dos a 23 en nada.  

– O sea que de Los Chopos pasa a tener tres negocios muy distintos entre sí

– Espera [ríe], porque en ese momento mi hermano, que tenía el Danubio junto con mi cuñado, me dicen que están cansados, algo normal, porque mi hermano llevaba trabajando allí desde sus diez años. Yo no tenía contacto con el Danubio desde la mili. Así que me quedo también con él.

– Poco dormiría en esa época

– No, no dormía. Estaba todo el rato trabajando. De hecho fíjate qué curiosa es la vida. Yo creo en Dios, soy católico. Un sábado estaba en Nairobi a las cinco de la mañana para el cierre, pensando "¿qué necesidad tengo de estar aquí con lo bien que me va Los Chopos? Entran a esa hora tres chavales y me preguntan que si lo tengo en venta. Y les digo inmediatamente que sí, aunque aquello no lo tenía en venta ni nada. Pensé que serían unos colgados pero al lunes siguiente se presentan en Los Chopos con tres cheques conformados. Me fui con ellos al notario y ahí se quedó Nairobi. Pero es que me pasó poco después algo muy parecido con Los Chopos del centro, en Gondomar. También vinieron a mí preguntando por la venta sin que lo tuviese en venta. Y les dije "ahí lo tenéis". Dios existe, tío [ríe].

– ¿Y qué pasó con Danubio?

– Ahí que me cansé yo. Mis camareros cobraban lo mismo que en Los Chopos, y los productos también me costaban lo mismo. Y tenías los mismos impuestos. Pero los clientes no querían pagar con los precios que teníamos. Directamente te dejaban un euro por la cerveza, "ahí va eso, yo no pago más", y la cerveza costaba más. En el Sector Sur no podía mantener los precios adecuados, me cansé y lo traspasé.

– Tan pronto como tuvo tantos negocios, se queda de nuevo solamente con Los Chopos...

– Me libero. Hasta vendí la furgoneta con la que hacía los cáterin. Quería calidad de vida.

LOS CHOPOS SE VA DE LA CALLE LOS CHOPOS

En torno al 2012, por una serie de problemas con la renovación del contrato de alquiler, la familia Morales se prepara para irse. Tras un estudio de mercado deciden que la calle María la Judía es un sitio idóneo para una cervecería que ponga desayunos y además dulces en las meriendas, algo que faltaba entonces en la zona. El 1 de noviembre de 2014 se cierra Los Chopos tras más de 25 años con estos propietarios y aún más con los fundadores. Y con el mismo nombre abren su actual local el 14 de diciembre de 2014. La mudanza y el proceso de falta de renovación de alquiler fue muy duro para Ángel Morales, que consiguió salir del desánimo gracias al trabajo con sus hijos Miguel Ángel y Álvaro Jesús.

– ¿Cómo es lo de trabajar mano a mano con sus hijos? No sé si quería que se dedicasen también a la hostelería

– Lo decidieron ellos, porque ambos tienen sus estudios, uno de magisterio y el otro de peluquería.

– ¿Ha ejercido de maestro?

– Y sigo ejerciendo de maestro, aunque curiosamente yo aparezco aquí como empleado de ellos. Así que son mis jefes [ríe].

Sus hijos son la tercera generación de hosteleros. ¿Qué cree que han aportado al negocio?

Frescura. Yo ya no tenía muchas ganas de aprender, sin embargo ellos me han hecho que aprenda todos los días. Son responsables de la innovación en el negocio: "papá, por qué no hacemos esto, por qué no hacemos lo otro... vamos a estudiarlo" [ríe]. Gracias a eso hemos tenido muchos platos nuevos y hemos tenido premios en concursos gastronómicos.

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